El Ruiseñor
Por Antonio Drove Aza
Dedicado a doña Elena Tehusijarana de Roisna; dama indonesia
y canaricultora próximamente destacada.
El ruiseñor está
considerado como el rey de los pájaros cantores. Es, por
méritos propios, el pájaro que más ha sido
cantado por poetas y escritores de todos los tiempos. La Naturaleza
dotó al ruiseñor de unas cualidades especiales de
flexibilidad de sus órganos de canto, que le permite emitir
sus variadas frases líricas, de amplia tesitura, con un poderoso
volumen de voz que hacen que sea el cantor por excelencia de los
bosques, vegas y jardines. Su denominación ha servido para
aplicarla a excepcionales voces humanas, alabando de esta forma
las facultades físicas de célebres artistas de distintos
géneros líricos.
Si entre los pájaros
cantores silvestres, el ruiseñor es el que mejor ha sido
dotado para poder expresar con su torrente de voz toda la belleza
de sus cortas frases musicales en la espesura de los árboles
de parques y arroyos, su antagonista, el canario Roller, es el cantor
de cámara, creado por el hombre, para deleitarnos con su
dulcísima musicalidad en la intimidad del hogar, apreciando
en estas condiciones de tranquilidad las armoniosas y ligadas cadencias,
sostenidas en variada tonalidad y ritmo.
El ruiseñor («Luscinia
megarhmda luscinia») es un pájaro emigrante, insectívoro,
de dieciséis centímetros de longitud total, de los
cuales siete centímetros corresponden a la cola. La parte
superior del cuerpo es de color marrón rojizo, bastante uniforme
desde el nacimiento del pico al final de la cola. La parte inferior
es de color ceniciento, con matizado más blanco en el mentón,
vientre y debajo de las alas, quedando únicamente coloreado
de marrón rojizo la parte no cubierta de la cola por la parte
inferior. El plumaje del macho y de la hembra es igual, salvo que
el del macho posee un matiz levemente más rojizo, más
tostado o más brillante. Como todos los pájaros, las
hembras del ruiseñor, al cogerlas en la mano y observarlas,
muestran una especial desconfianza en la mirada, más retraída,
de menor nobleza que la del macho. Lo mismo que otros insectívoros,
los ruiseñores mueven frecuentemente la cola al saltar, al
hacer presa en insectos o al llevarle la comida a sus hijos. Las
hembras mueven la cola con movimientos rápidos, alcanzando
frecuentemente posiciones de 90° con respecto a su espalda. En cambio
la cola de los machos es movida más lentamente, con más
majestuosidad y abriéndola ligeramente y sin alcanzar la
inclinación de la cola de las hembras. Por otro lado, las
piadas de las hembras, esos «huit-huit-huit...», característicos
de ansiedad, son más fluidos y frecuentes que las de los
machos, quienes, por otro lado, prodigan más los «Koorr»,
llamadas que de ser más continuas causarían admiración
a los aficionados al canto Roller, por la belleza, sonoridad y redondez
de estos brevísimos Knorren.
El ruiseñor llega a nuestra
Península en abril. En Madrid hace acto de presencia, con
su canto, del 15 al 20, y se extiende por las distintas regiones
españolas donde escogen las parajes que por su vegetación
y facilidad de obtener bebida son los más adecuados para
sus necesidades vitales. El ruiseñor suele volver, año
tras año, al lugar donde ha criado por primera vez. Los machos
son los primeros que hacen acto de presencia en los lugares donde
han de criar, y donde saben imponer su autoridad, no permitiendo
que otro macho ocupe su zona tradicional de dominio, so pena de
que surja otro más valiente que haga huir al que por sus
muchos años y menos vigor tiene que abandonar el terreno
que vino defendiendo en sus esplendorosas temporadas pasadas.
Repartidos y acomodados por
fin en sus respectivos dominios, los machos demuestran su vigor
lanzando a los cuatro vientos sus potentes voces. Parece como si
pretendiesen superarse para que sus frases líricas alcancen
mayor distancia. En realidad, es su ardiente celo amoroso el que
con sus cantos lanzan al aire, esperando ser reconocido en lontananza
por su hembra que pronto ha de llegar o de la novia que han de conquistar.
A los ocho días, aproximadamente,
aparecen las hembras. Los machos más adultos se emparejan
con su compañera de temporadas pasadas, y los jóvenes
impetuosos que por primera vez van a casarse se ven asediados por
las jóvenes hembras reclamadas por ardiente celo y de las
cuales una de ellas ha de ser su fiel pareja para el futuro.
Con motivo de la llegada del
«sexo débil» surgen nuevamente y con mayor encono verdaderas
luchas campales entre los machos, quienes, al atacar, lanzan su
grito de guerra con los característicos «tzi-tzi-tzi-tzi».
La tranquilidad en las zonas de dominio se ve frecuentemente interrumpida
por la intrusión del inexperimentado y atrevido ruiseñor
vecino, para conquistar a la hembra que no le puede pertenecer.
Los escarmientos que va sufriendo en estos primeros días
de emparejamiento y desorden, le librarán muy bien de volver
en lo sucesivo a «pisar» terreno ajeno que no le corresponde. Se
va restableciendo la calma y, por fin, bien delimitadas las circunstancias
del terreno (varios miles de metros cuadrados), empieza la hembra
a buscar el lugar más adecuado donde ha de construir su nido.
Para la nidificación
los ruiseñores suelen tener predilección por lugares
más próximos al suelo y que estén protegidos
por maleza o plantas diversas. No obstante, es frecuente que construyan
el nido entre el ramaje de arbustos de poca altura, entre las hojas
bajas de las pitas, entre las hojas de palmeras pequeñas
o entre la hierba que trepa en la base de un árbol. En fin,
siempre el ruiseñor anida en las proximidades del suelo y
a una altura no superior al metro.
Cuando construyen el nido en
el suelo suelen protegerlo de la humedad con una buena base de hojarasca.
El resto lo construyen con raíces, hojas menudas, hierbas,
etc., y el interior lo recubren con pelos de palmera o hierbas muy
finas.
La postura consta casi siempre
de cinco huevos de color verde aceituna, y la incubación
dura catorce-quince días. A partir del nacimiento de los
pequeños, que se diferencian solamente en unas horas de edad,
los padres, y particularmente la madre, hacen frecuentes viajes
al nido para alimentar a sus pequeñuelos, los cuales, abriendo
los picos y dejando ver el color amarillento rosáceo de su
garganta, ingieren una enorme cantidad de gusanos, insectos y larvas,
y, cuando van siendo mayorcitos, también les suministran
diversos frutos pequeños, como moras de árbol, fresas,
etc.
Durante el período de
crianza, hasta que los hijos ya se valen de por sí, los padres
muestran un continuo temor por la suerte de sus hijos. Bastará
pasar por la proximidad del nido para que muestren signos de inquietud,
y sus piadas angustiosas, los «huits» continuados, no dejarán
de lanzarlos mientras no desaparezca el supuesto peligro que acecha
el nido. Las urracas causan estragos en las nidadas, y no es difícil
que los padres, ante su presencia, aunque estén relativamente
lejos de estas aves, lancen sus ansiosas piadas, y serán
tanto más angustiosas y continuadas cuanto más se
acerquen al lugar, donde los pequeños, advertidos del peligro
por sus padres, se apresuran a apretarse unos contra otros para
pasar más desapercibidos dentro del nido.
Las costumbres y psicología
particular de los pájaros, en general, son realmente de lo
más atrayentes, pero creo que las del ruiseñor son
tal vez de las más interesantes y dignas de ser escritas,
con la amplitud debida, por quien tenga cualidades para hacerlo.
Baste decir, respecto al cariño que los ruiseñores
sienten por sus hijos, que son seguramente los únicos pájaros
silvestres más corrientes que aprehendiendo un nido y cazados
los padres, éstos ceban y cuidan a sus pequeños con
el mismo ardor que si estuvieran en libertad, llegando incluso a
que el macho, para alegrar y animar a sus hijos, emita con voz cohibida
parte de sus frases cantadas, a pesar de su natural tristeza al
verse encerrado en una jaula lejos de los dominios en que fue dueño
y señor.
Si la nidada no sufrió
contratiempos en su permanente peligro de destrucción, los
pequeños abandonarán el nido tan pronto tengan la
suficiente pluma para protegerse de las variaciones de temperatura
de las noches. Ello no implica que en muchas ocasiones no puedan
volar aún, puesto que situado el nido en el suelo o próximo
a él, se valdrán, animados y protegidos por sus padres,
de pequeños saltos para resguardarse en los sitios más
inverosímiles, protegidos siempre por ramas, plantas y hojarasca
con hierba.
El color de los pichones, hasta
que la muda se efectúa, es distinto del de los padres, como
si la Naturaleza, en previsión de peligros, los hubiera dotado
de un plumaje temporal para poder pasar más desapercibidos
en los lugares de escondite. El color de la parte superior es pardo
marrón con un bordeado amarillento oscuro en todas las plumas
finas. La parte inferior está coloreada de un gris sucio
con salpicaduras pardas, más acusadas en el pecho. En cambio,
las alas y cola (casi incipiente hasta los veintitantos días)
van tomando la misma coloración que las de los padres a medida
que van desarrollándose.
Los pequeños, a los veintidós-veinticuatro
días ya empiezan a valerse por sí solos, comiendo
pequeños insectos y larvas, a pesar de que los padres, preparándose
algunos para la segunda y última nidada, continúan
prodigando los cuidados y atenciones que merecen sus hijos, los
cuales, ya creciditos, se permiten efectuar vuelos de recorrido
a los lugares sombríos próximos y que irán
ampliando su desplazamiento a medida que su confianza y facultades
físicas se lo permitan, pero siempre siguiendo la costumbre
de frecuentarlos rutinaria y periódicamente, muchas veces
al día, escogiendo siempre el mismo árbol, e incluso
la misma rama, para repasar su canto a determinadas horas del día.
A últimos de septiembre
empiezan los ruiseñores a prepararse para la hibernación,
que han de efectuar en el África Ecuatorial. Parece ser que
se reúnen en determinados parajes para emprender, en bandadas,
el vuelo a través de nuestra Península, o tal vez
agrupados en el noroeste de España les sea más fácil
y menos peligroso seguir el ambiente caldeado de la corriente marina
del Golfo de Méjico.
CAPITULO II
Sobre la alimentación
de los ruiseñores en cautividad, se ha hablado mucho. En
mis primeros años de afición los alimentaba con corazón
de vaca cuidadosamente cortado en pedacitos muy pequeños
y espolvoreados con harina de maíz o de garbanzos previamente
tostados ligeramente. Esta alimentación es la que el vulgo
en España la considera como conveniente, si bien, por los
inconvenientes observados en mi práctica, me llevó
a múltiples ensayos de fórmulas diversas para evitar
la natural descomposición del corazón y de la indigestión
de los ruiseñores, que al no poder digerirlo bien lo expulsaban
frecuentemente por la boca en forma de bolas endurecidas.
Una fórmula que me dio
muy buenos resultados y he utilizado cuando he criado ruiseñores,
es la siguiente: se cuecen muy bien tres kilos de carne magra de
vaca y se deja enfriar. Se corta después en pedazos muy pequeños
o se pica con máquina, se deja secar al so! y se muele. Por
otro lado se ralla un kilogramo de zanahoria y se mezcla bien con
un kilogramo de pan tostado y rallado, dejándolo también
secar al sol. Se mezcla la carne molida y el pan con zanahoria,
añadiéndole a este conjunto doce yemas de huevo duro
previamente pasadas por un colador para poderlas mezclar bien. También
se mezcla un cuarto de kilo de queso Gruyere rallado y un cuarto
de kilo de almendra (sin cascarilla) tostada y rallada. Mezclados
bien todos estos ingredientes, tendremos dispuesto un alimento excelente,
del cual cogeremos diariamente la cantidad precisa para la alimentación
de nuestros ruiseñores, teniendo la precaución antes
de «humedecer» con un poco de aceite de oliva y removiendo con un
palillo con objeto de que forme una masa suelta granulosa. Si se
viera que los pájaros engordan demasiado, sustitúyase
el aceite por zanahoria fresca rallada, hasta que forme asimismo
una masa suelta granulosa algo más ablandada por el agua
que la zanahoria contiene. También, y como golosina, puede
suministrársele diariamente cuatro-seis gusanos de harina
por pájaro. De disponer de huevos de hormiga, es conveniente
mezclar a la masa granulosa media cucharadilla de estos huevos.
No debe faltarles agua fresca y arena en el fondo de la jaula.
Las jaulas para ruiseñores
que se emplean en España son las más adecuadas para
estos pájaros por su amplitud, techo de tela, de la base
para la arena y disposición de los comederos. No obstante,
y disponiendo de ellas, puede utilizarse cualquier otro tipo como
los individuales para la cría de canarios, sustituyendo el
alambrado de la parte superior por una tela fuerte para evitar los
golpes de la cabeza de los ruiseñores cazados adultos.
Los gusanos de harina adecuados
para los ruiseñores tienen, cuando están desarrollados,
una longitud de 3'5 a 4 centímetros y están articulados
por una serie de anillos. Poseen sus patas que están invertidas
en los tres primeros anillos. La piel dura, de color amarillento,
más oscura por la parte superior, está rellenada de
una masa harinosa muy viscosa. El gusano en sí es la segunda
etapa del desarrollo del escarabajo de la harina («Tenebrio monitor»).
De los gusanos salen las larvas y de éstos los escarabajos,
los cuales ponen huevos, y de éstos nacen los gusanos.
Para disponer en todo tiempo
de gusanos es conveniente formarse un criadero propio. Este se consigue
de la siguiente forma: en una cazuela grande de barro se pone en
el fondo una tabla de 2'5 centímetros de grueso y de la forma
del fondo y que esté muy carcomida o taladrada horizontal
y verticalmente con el mayor número posible de taladros de
5 ó 6 milímetros de diámetro. Sobre esta madera
se coloca un trapo de lino en dos o tres dobleces; luego, una capa
de salvado fino; después, otro trapo; luego, harina de trigo;
encima, otra capa de trapo, y, finalmente, salvado y pan duro. El
total de las capas debe alcanzar hasta algo más de la mitad
del puchero. Se introducen el mayor número posible (un centenar,
como mínimo) de gusanos, que pueden encontrarse entre los
sacos de piensos y harinas de los almacenes. Se cubre la cazuela
con un trapo de lino y se ata al borde superior del puchero. Se
humedece periódicamente este trapo y se deja en un lugar
seco y caliente, procurando evitar que por cualquier circunstancia
pueda entrar alguna polilla que destruiría el criadero, del
cual se pueden sacar gusanos en cantidad antes de la próxima
primavera.
Para hacer provisión
de huevos de hormiga hay que esperar al verano, y no será
difícil con sus característicos montículos
de arena o tierra. A una distancia de unos 50 centímetros
se hace un hoyo con una pala o herramienta adecuada. Este hoyo debe
tener la forma, tamaño y profundidad al de una palangana,
y se retira lejos la arena sacada. Se recubre cuidadosamente esta
concavidad, por su interior, con una tela oscura, y se cubre al
nivel del suelo con ramas secas y verdes. Acto seguido se coge con
la pala el montículo del hormiguero y se coloca a la misma
distancia, en el lado opuesto al hoyo recubierto. Con un palo remuévase
el hormiguero y la tierra del montículo, y veremos cómo
las hormigas, en su afán de poner a salvo la enorme cantidad
de huevos, los cogen y los llevan a esconderlos en el depósito
camuflado por las remas. Puede comprenderse que, dada la laboriosidad
de las hormigas, en poco tiempo veremos repleto el depósito,
siempre y cuando no sospechen el engaño sufrido, en cuyo
caso volverán a sacarlos con la misma velocidad y llevarlos
al hormiguero, en el que ya habrán reparado el acceso a su
interior. Repitiendo la misma operación en varios hormigueros
podremos tener provisión anual para nuestros ruiseñores
y otros pájaros granívoros, a los que también
les agradan mucho. Naturalmente hay que tener la precaución
antes de guardarlos de «secar los huevos para que no nazcan las
hormigas en casa, para lo cual, extendida cierta cantidad de huevos
sobre una chapa, se introduce durante breves instantes en el horno,
sin esperar que su color cambie por el calor, ya que, de haber sido
tostados, no les alimenta ni agrada a los ruiseñores.
Para conseguir ruiseñores
del campo y tenerlos enjaulados, pueden obtenerse cazándose
adultos o bien cogiéndoles del nido y criados a mano, o también
criados por sus padres, dentro todos de una jaula. Si son adultos,
la mejor época es en abril, antes de que aparezcan las hembras.
Como he dicho, el ruiseñor es un pájaro de costumbres
rutinarias, frecuentando siempre los mismos lugares para su alimentación
y para su canto. Bastará observar el árbol donde el
ruiseñor canta y la dirección o direcciones (siempre
las mismas) en que dirige su vuelo, para localizar los lugares por
él preferidos y colocar en ellos la trampa o ballesta de
caza. Esta consiste en un dispositivo igual a los cepos vulgares,
pero de tamaño de unos 20 centímetros de diámetro
y con una red cosida en todo el cerco de la trampa, con el cual
queda el ruiseñor aprisionado dentro de la red. Se arma y
coloca la trampa (al descubierto, sin cubrirla con tierra), con
su correspondiente gusano de harina en el portacebo y en el lugar
que creamos más adecuado a las costumbres del ruiseñor,
como también la avidez que sienten por los gusanos de harina,
que no es difícil verlos caer prisioneros estando nosotros
próximos al lugar donde se armó la trampa.
Como curiosidad, y a falta de
trampa, voy a explicar una forma de cazar ruiseñores: se
coge un vaso de los utilizados para escanciar sidra y se introduce
en un hoyo de forma cónica y que queden unos dos o tres centímetros
que no toque la tierra en el borde superior. Se introducen dentro
del vaso dos o tres gusanos de harina, y a unos diez o quince centímetros
del vaso se clava en el suelo un papelito que sobresalga cinco o
diez centímetros del suelo y en cuyo extremo se pincha con
un alfiler un gusano. El ruiseñor, al comer este gusano verá
a los del vaso y se meterá en él, pero no podrá
salir porque resbalará al intentar hacerlo, ya que su cuerpo
queda muy ajustado al vaso y la cola no le permite efectuar movimientos
adecuados en su posición incómoda.
Puesto el ruiseñor en
una jaula apropiada, se la cubre con una tela lo suficientemente
trasparente para que vea algo dentro. En un comedero circular de
vidrio se le pondrá el alimento ya explicado, añadiéndose,
además, unos treinta-cuarenta gusanos de harina. Estos, al
moverse, moverán la masa granulosa con los huevos de hormiga,
y aunque los dos primeros días, posiblemente, no coma más
que gusanos, al ver rebullir el conjunto irá comiendo de
todo en menos de una semana. Hay que procurar no tocar la jaula
del lugar tranquilo donde se situó por primera vez, suministrándole,
como es lógico, todos los días comida y bebida nuevas,
teniendo cuidado que los dos o tres primeros tengan suficiente ración
de gusanos. La jaula se irá destapando poco a poco hasta
que se vea que come de todo. El ruiseñor cazado en abril
y acostumbrado a la alimentación, suele cantar, debido a
su ardiente celo, antes de los quince días, y la potencia
de su voz estará limitada al volumen de espacio del lugar
cerrado donde se colocó la jaula. Puede también colocarse
ésta en un patio, galería o terraza, y entonces la
voz del ruiseñor no se verá tan sobrecogida por la
resonancia de su propia voz.
Los nidos de los ruiseñores
es muy fácil localizarlos. Es suficiente con seguir con la
vista los continuos viajes que efectúan los padres al nido
para determinar el lugar exacto. Desde lejos podemos asimismo determinar
la existencia de algún nido dirigiéndonos hacia donde
se oyen los ansiosos «huits» característicos, señal
evidente de que el nido que allí existe está en peligro
y los padres no están lejos de él, no siendo difícil,
por tanto, localizar con la vista el lugar donde está escondido.
Si ¡os pequeños están
cubiertos de pluma (doce-catorce días), se coge el nido y
los pajaritos se meten en una caja de madera de 15x 15x15 centímetros,
con tapa de lana, donde previamente se habrá echado una capa
de arena de dos centímetros de espesor. Bastará alimentar
periódicamente, cada dos horas (más frecuentemente,
mejor), con la pasta ya repetidamente citada aplicándola
a los picos con una pequeña y delgada espátula construida
con un palo de madera. Cuando tengan veintidós-veinticuatro
días es conveniente trasladarlos a una jaula de ruiseñor,
y colocar, cada vez que se les vaya a dar de comer, el cacharro
de la comida dentro de la jaula, de forma que, antes de cebarles,
mover con el palito la comida para animarles a que vayan picando,
cosa que ocurrirá a los tres o cuatro días que practiquemos
este sistema. Una vez que coman solos pueden dejarse en esta jaula
hasta que finalice la muda, siete u ocho semanas después.
Declarados los machos con su repaso de canto, se separarán
éstos en jaulas individuales y a las hembras se les dará
libertad en la proximidad de algún arroyo, puesto que, en
contra de lo que ocurre con otros pájaros enjaulados, los
ruiseñores encuentran fácilmente su alimentación
al ser puestos en libertad.
Para evitar el tener que cebar
periódicamente a los pequeños ruiseñores, pueden
cogerse también los padres con la ballesta, colocándose
en la proximidad del nido. Se operará después tal
como lo he explicado al enjaular a un ruiseñor adulto, teniendo
la precaución de aumentar la ración de gusanos y situar
el nido en un rincón del suelo de la jaula. Situada ésta
en un lugar tranquilo podremos saber por el oído cuándo
ceban los padres a los pequeños. Cuando éstos coman
solos, separarlos en jaulas individuales y soltar a las hembras.
Hace ya quince años que
no tengo ruiseñores ni me he detenido embelesado a escuchar
su canto como lo hacía desde mi niñez. Por tanto,
es difícil recordar la composición fonética
de todas o la mayoría de sus frases líricas, que por
otro lado, es muy variable de uno a otro ruiseñor, como también
es variable su expresión fonética. En general, los
ruiseñores más adultos emiten mayor cantidad de variaciones
que los jóvenes, siendo el número de ellas del orden
de las veinte, si bien los mejor dotados las amplían a treinta
y cinco. Así pues, como mi representación fonética
del canto del ruiseñor no sería todo lo completa que
debe merecer, me permito reproducir un recorte del diario madrileño
ABC, del que no puedo precisar fecha, y que su titular era
«El Canto del Ruiseseñor", y que dice así:
«Hace algunos meses apareció
en estas páginas un comentario acerca del doctor Ludwing
Koch, nombrado "especialista en lenguaje animal", de la B.B.C. En
aquel comentario se recordaban las curiosas expresiones de diversos
animales, unos fabulosos y otros perfectamente reales: la abubilla
de Aristófenes y el ruiseñor de André Salmón,
entre ellos. Ahora llega a nuestras manos una versión completa
del onomatopéyico y extraordinario poema titulado "El Canto
del Ruiseñor". Decimos "versión", puesto que han sido
reemplazados algunos sonidos del original francés, por los
correspondientes o similares en castellano. Así, por ejemplo,
las dos letras "ou", que en francés suenan como "u", quedan
en nuestro idioma como esta sola vocal. Ofrecemos a nuestros lectores,
como sabrosa curiosidad lingüística y poética,
el ya famoso canto del ruiseñor "interpretado" por boca humana.
Obsérvese que, leído en un leve tono de salmodia,
como a veces leemos "sin pronunciar apenas", algunos versos que
nos sorprenden por su musicalidad en poemas de desigual valor, se
obtiene aquí, por cierto, un sorprendente resultado de semejanza:
Tiu tiu tiu tiu
Shpe tiu tokua
Kuutío kuutio kuutio kuutio
Tsukuo tsukuo tsukuo tsukuo
Tsi tsi tsi tsi tsi tsi tsi tsi tsi
tsi
Kuoror tiu ksukua piptkuisí
Tso tso tso tso tso
tso tso tso tso tso tso tso
Tsirrrading!
Tsisi si tosi si sí si si si
si si
Tsorre tsorre tsorre tsorrehi
Tstn tstn tsatn tstan tsatn tsatn
tsi
Dio dio dio dio dio dio dio dio
Kuio didl li lulili
Ha gur gur kui kuío kuio
Kuio kuui kuui kuui kuui kuuui kuui
Ghi ghi ghi
Gholl gholl gholl gholl hududoi
Ki hui horr ha día dia dillhi!
Hets hets hets hets hets hets hets
hets
Hets hets hets hets
Tuarro hosthoi
Kuia kuia kuiy kuiakuia kuia kuiati
Kuiki kui io io io io io kui
Lu lil lolo dice io juia
Kiguai guai guai guai guai guai guai
guai
Kuior tsio tsipi!
Aseguraba André Salmón
que para llevar a cabo este poema hubo de pasar muchas noches oyendo
al ruiseñor y anotando las variaciones de su cantar. Cocteau
lo echó todo a perder diciendo, por aquellos días:
«El ruiseñor canta mal.» Pero esto no pasa de ser una «boutade».
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