Ayer estuve de compras por varias cocheras de mi ciudad. Tenía que devolver el favor de una pareja que me regalaron, así que me fui junto a un silvestrista -afamado criador de mixtos-. El criador de canarios de color que visitamos -Pedro-, no tenía pajaros, tenía palomas de colores. Pájaros grandes como puños, con tanta pluma como para hacerte un edredón nórdico -y te sobraría para una almohada y un cojín-.
Compré una pareja de alas grises y una hembrita de blanco recesivo. En principio pensé quedarme un tiempo con la pareja de alas grises, dado que tengo el aviario vacío hasta noviembre. Pasé una hora observando esos bloques de plumas -en poco movimiento-, dentro de su jaulón de un metro. Como superpuestas, aparecían las imagenes de mis discontinuos. Infinitamente más vivaces, equilibrados e inteligentes. Con la pluma justa para darles belleza sin molestarles ni sobrecargarles. Esos canarios de color, rozaban el rococó.
Al día siguiente, metí en su jaulita la pareja de alas grises y la hembrita blanca. Yo crío canarios, no palomas. El fenotipo importa, pero es el alma -en forma de canción- lo que me hace feliz.
Echo de menos mis discontinuos y no veo el momento de conseguir buenas parejas de nuevo.